La moneda oculta de la atención
Cómo la neurociencia amplía nuestra comprensión del foco, la concentración y la productividad
Me considero una persona afortunada.
Sé que el esfuerzo trae resultados, y sí, a veces eso se ve como suerte. Pero igual, me considero afortunado.
Llevo escribiendo alrededor de 10 meses, casi 11… qué locura. Y en el camino, he conocido personas increíbles. Personas con ganas de ayudar — no de lanzar consejos no solicitados — sino con un interés genuino en lo que estoy construyendo. Personas lo suficientemente abiertas y vulnerables como para compartir su mundo conmigo, y contigo.
¿Cómo no sentirme afortunado?
Eso ha dado pie a relaciones hermosas. Y aunque algunas parezcan vínculos por carta, me tomaría un café o una chela con cualquiera de ellas para hablar de la vida. Y de disciplina.
Una de esas personas es Ash Stuart.
Tal vez lo recuerdes de una edición pasada de ¿Cuál es tu propósito? Pero si es la primera vez que lo ves por acá, él:
…se describe como ingeniero, tecnólogo, políglota, lingüista y geek —pero eso es solo el comienzo. También es investigador, consultor y escritor, con intereses que abarcan desde IA y tecnología hasta historia, futurismo, economía, finanzas, negocios y geopolítica.
Ash escribe varias publicaciones provocadoras, como Vīta Brevis, Wit Artefāctōrum Ætērna y Polymathon. En cada una, explora temas complejos desde un lente multidisciplinario, navegando — en tiempo real — los ricos (y a veces tormentosos) mares del conocimiento interconectado.
Sé que te gustó su forma de escribir. Él también lo notó.
Y generosamente, se ofreció a colaborar de nuevo.
Le dije que sí al tiro. Ya había visto la respuesta a nuestra colaboración anterior, y he leído su trabajo desde mucho antes. Si tú no lo has hecho, deberías. Esto era claramente un ganar-ganar. Para mí, para él y para ti.
Esta vez, eso sí, cambiamos de marcha. A diferencia de nuestra colaboración anterior, que estaba anclada en el pilar Propósito, esta se enfoca en el pilar Mentalidad.
Esta pieza explora los mecanismos de la atención: cómo funciona, cómo se gasta, cómo se sabotea y cómo todo eso moldea nuestra capacidad de mantener la disciplina en un mundo diseñado para distraernos.
Vamos a ello.
Se dice que Bart Simpson insistía en que cada vez que uno aprende algo nuevo, el cerebro bota algo viejo. Sherlock Holmes es conocido por su famosa ignorancia sobre los planetas y la astronomía básica; incluso hay una historia en la que el Dr. Watson se sorprende al preguntarle al gran detective si siquiera sabía o le importaba que la Tierra girara alrededor del Sol. Holmes, por supuesto, insistía —no muy distinto a Simpson— que el cerebro tiene un límite de almacenamiento, y prefería priorizar sus recursos mentales en cosas más importantes (¡como los distintos tipos de ceniza de cigarro!).
Más allá de la veracidad de las creencias de estos personajes ficticios, o incluso de las nociones de sus creadores reales, probablemente hay algo que decir sobre los límites del cerebro. Hoy quiero hablar sobre algunos procesos específicos del cerebro y explorar qué relación tienen, o podrían tener, primero con la atención, y finalmente, con la disciplina.
El precio de prestar atención
Partamos por ponerle atención a, bueno, la atención. Me gusta pensar en la atención como una moneda: cada vez que diriges tu atención hacia algo, estás pagando, digamos, “fichas de atención”. Tiene un costo. Y más aún, cada vez que cambias tu atención de una cosa a otra, el costo es mayor, porque el cerebro necesita alinearse con el nuevo objeto de enfoque. No es muy distinto a cómo funciona un computador: tiene que liberar la memoria dedicada a una aplicación para poder usarla en otra. ¿Y quién no ha sufrido con el computador lento y recalentado? ¿O con un navegador con demasiadas pestañas abiertas?
Así que sí, ¡podemos decir que el cerebro tiene su propio CAA — Cajero Automático de Atención! Cada vez que cambias tu atención a algo, estás retirando fichas de ese cajero. Y como podrás imaginar, eso impacta directamente en el foco y la concentración que puedes reunir para cualquier tarea importante que tengas frente a ti.
Así, la calidad de tu trabajo puede variar según cuántas fichas de atención ya hayas gastado en otras cosas. Esos “retiros” del CAA pueden debilitarte un poco, o incluso perjudicar activamente tu objetivo principal de la sesión. Así que el trabajo que terminas haciendo puede quedar algo superficial.
Cavando más profundo
Esta idea me llegó mientras leía un libro llamado Deep Work, de Cal Newport. En ese libro, el autor habla, obviamente, sobre qué hace que el trabajo sea profundo. No recuerdo si usa esta misma analogía que estoy usando aquí, pero encuentro útil pensar en estas fichas de atención, en que hay una cantidad limitada de ellas, y por lo tanto, que nuestro cerebro está limitado por las reservas de foco y concentración que puede reunir.
Antes de seguir, déjame mencionar otro concepto clave relevante para esta conversación: que hay al menos dos modos de operación en el cerebro: el estado intenso y creativo de enfoque, que a veces se llama “flow”, y el estado más “administrativo”, que también es necesario pero fundamentalmente distinto al estado de flow. Hay momentos en los que tenemos que hacer un montón de tareas rutinarias, no necesariamente agradables pero necesarias, de mantenimiento o gestión. No hay cómo esquivar esas cosas. Pero aquí me quiero centrar en ese estado de flow, que es cuando somos más productivos, más eficaces.
Y sí, en este contexto hay quien dice que algunas personas son mejores que otras haciendo multitasking. No sé cómo será para los demás, pero al menos para mí, el cambio constante de contexto que implica la multitarea se vuelve agotador muy rápido. Ese tipo de trabajo puede estar bien para esas tareas administrativas, pero lo que quiero destacar es que es un gran costo cuando se trata de esas sesiones productivas de concentración que necesitamos para… trabajo profundo.
El gran enemigo del foco
Y no puedo hablar de atención, concentración y enfoque sin mencionar al elefante en la habitación: ese destructor de foco y destructor de atención de nuestra era: ¡las redes sociales!
¿Quién no ha estado ahí? “Ya, voy a revisar un momento el feed, solo un par de minutos, sé que esta tarea tiene fecha límite hoy y me falta investigar y escribir harto, pero bueno, un par de minutos no hacen daño.” Y después te das cuenta de que han pasado 25 minutos. Lo que quizás no notamos es que eso también agota el cerebro. Se hace mucho más difícil volver a concentrarse. ¡Después de todo, no le dicen ‘doomscrolling’ por nada!
Tal vez sabemos todo esto, pero de alguna manera no queremos aceptarlo. Al menos yo no quería —no quería pensar en lo perjudicial que era esa distracción—. Y no es exagerado decir que nos deja en deuda con nuestras fichas de atención, ¡o incluso en bancarrota temporal! Parte de esa aceptación final me vino mientras reflexionaba sobre ese concepto de trabajo profundo del que hablaba. Aunque, a diferencia del autor del libro, yo no estoy sugiriendo que debamos dejar por completo todas las redes sociales. Eso sería como una forma de ascetismo autoimpuesto, renunciando al mundo, que la mayoría de nosotros no estaría dispuesto a aceptar. Y ya que usé una metáfora budista, déjame agregar que probablemente hay un camino del medio.
La química del deseo
Quiero dejar en claro que mi objetivo aquí es crear conciencia. No estoy ofreciendo soluciones —aunque podría contar cómo abordé este tema en otro momento, si interesa—. Mi punto es que cada uno tiene que reflexionar sobre esto en su propio contexto, con su experiencia, sus preferencias y sus prioridades.
Así que, en esa línea, vamos a ver cómo funcionan las redes sociales y cómo se relacionan con lo que mencioné al principio. Las redes sociales están diseñadas específicamente para maximizar tu “tiempo en la plataforma”, para captar tu atención, para que gastes tus fichas de atención ahí. Están diseñadas para ser impredecibles, con un sistema de recompensas variables.
Y todo esto funciona (a favor de la app y en nuestra contra) porque su diseño secuestra procesos clave del cerebro. Tiene que ver con cómo funciona la dopamina, que se llama un neuromodulador. No voy a entrar en los detalles técnicos de la neurociencia detrás de esto, pero básicamente, y esto lo sabemos en general: la dopamina es uno de esos químicos en nuestro cerebro responsables de nuestra conducta, junto con otros que conocemos como la serotonina y la adrenalina.
Pero el punto que quiero enfatizar es este: la dopamina no es la “hormona del placer”, como a veces se le llama, sino la “hormona de la anticipación del placer”. El ejemplo clásico es el de los experimentos de Pavlov con los perros: suena la campana, se da comida. Eventualmente, el perro salivaba solo con el sonido de la campana, incluso sin comida.
Ha habido experimentos más recientes por neurocientíficos, como Kent Berridge —citado por Max Bennett en su excelente Historia de la Inteligencia— donde se vio que al aumentar la dopamina, las ratas comían más, incluso si no tenían hambre. De hecho, incluso si estaban demasiado llenas para seguir comiendo. Y en experimentos con humanos, estimular las neuronas de dopamina ha producido antojos intensos y frustración, no placer.
Y hasta en circunstancias naturales, la dopamina se libera en la anticipación de una actividad placentera, no durante la actividad misma.
Discerniendo para trabajar más profundo
¿Por qué importa todo esto? Porque no somos tan distintos a los perros de Pavlov o las ratas de Berridge. Operamos con muchos de los mismos procesos que otros seres vivos. Y entender cómo funciona todo esto es el primer paso para decidir qué hacer al respecto —no para suprimir ni sabotear, sino para canalizar estas cosas y obtener resultados más deseables—.
Entonces sí, las redes sociales se parecen al cigarro o al juego: generan deseo, nos vuelven compulsivos, nos hacen buscar recompensas. Pero las recompensas en sí no importan, porque simplemente queremos más. Alguien puso “Me gusta” en algo que compartí. Ok, ¿quién más lo va a hacer ahora? ¿Nos sentimos satisfechos después de que una persona más puso “Me gusta”? ¿Cuántos “Me gusta” se necesitan para una satisfacción completa?
Las redes sociales, por supuesto, son solo un ejemplo de dónde vemos esto en acción. La neuroquímica que hay detrás evolucionó así porque es, o era, necesaria para una conducta inteligente, no solo en humanos sino en todos los seres vivos, porque la toma de decisiones es parte de toda vida inteligente. Ha sido necesaria para nuestra supervivencia.
Cuando se trata de ser productivos, de entrar en ese estado de flow que necesitamos para muchas de las tareas importantes de nuestra vida que exigen foco y concentración, conservar nuestras fichas de atención para la tarea que tenemos frente a nosotros es clave. Y echarle un vistazo a cómo los procesos cerebrales de anticipación afectan cómo manejamos esas fichas de atención, espero que nos ayude en nuestra propia búsqueda de auto-disciplina.
Referencias y lecturas complementarias
Newport, Cal. (2018). Deep Work: Rules for Focused Success in a Distracted World. Mindquest Press. ISBN 979-8998801228.
Bennett, Max. (2023). A Brief History of Intelligence: Evolution, AI, and the Five Breakthroughs That Made Our Brains. Mariner Books. ISBN 978-0063286344.
Gracias, Ash — otra vez — por compartir tu visión con tanta claridad.
Como papá de dos niños, esto me pega fuerte. Pensar en las redes sociales entrando en la vida de mis hijos no solo me incomoda… me asusta. No solo por los riesgos obvios, sino por cómo pueden moldear su capacidad de enfocarse, de reflexionar, de simplemente estar. Me sigue generando ansiedad. La manejo mejor ahora, pero no se va del todo.
Lo que Ash describe —las redes como máquinas de recompensa, diseñadas para fomentar impulsividad— no es solo una sensación. Es medible. Estudios muestran que el uso excesivo de redes afecta las mismas áreas cerebrales involucradas en el control de impulsos, la regulación emocional y el procesamiento de recompensas. La corteza prefrontal. La amígdala. Ambas se activan tanto en la adicción a las redes como en la ludopatía. ¿El resultado? Menos control. Más reactividad. Un cerebro que reacciona más de lo que dirige1.
La disciplina vive en la corteza prefrontal. Ahí es donde decidimos pausar, planificar, mantenernos alineados. Pero no trabaja sola. Depende de la dopamina. Y la dopamina es fácil de secuestrar. Las redes saben cómo. Diseñan sistemas que nos enganchan con pequeñas recompensas impredecibles. Cada notificación, cada scroll, cada “flick” entrena al cerebro a buscar estimulación inmediata. Y con el tiempo, las partes que deberían liderar — las que guían con intención — quedan enterradas bajo ruido.
Lo bueno es que esto no es permanente. El cerebro se remodela con la repetición. Prácticas como el mindfulness ayudan a reactivar los circuitos que nos permiten elegir. No forzando el enfoque, sino reconstruyendo el acceso a él. Eso es lo que intento practicar con mi disciplina. No exigirme más. Aprender a volver2.
Así que si te pillas atrapado en el scroll, intenta volver al momento. Sin juicio. Solo conciencia. Ese pequeño acto de notar… así es como empieza.
¡Que tengas una gran semana!
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De, D., Khera, A., Muacevic, A., Adler, J. R., & Hahn, P. J. (2025). Social Media Algorithms and Teen Addiction: Neurophysiological Impact and Ethical Considerations. Cureus, 17(1). PMCID: PMC11804976; PMID: 39925596. — https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC11804976/
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